jueves, 24 de diciembre de 2015

LOS  DIAS  NAVIDEÑOS  EN  LA  VIEJA  CAJAMARCA
                                                                               
                                           Escribe: Nicolás Puga Cobián
        
         Fiesta y evocación con tendencia a lo ingenuo y pintoresco, sabor a cosa añeja siempre fresca y renovada, era en la Cajamarca de ayer la Pascua de Navidad. Fue también, por excelencia,  fiesta hogareña y familiar, jolgorio y paraíso del alma infantil.
La Natividad de Jesús era celebrada en Cajamarca con infaltables detalles que resaltaban su significado: los Nacimientos y los Villancicos.
    
        Los Nacimientos en Cajamarca fueron próvida fuente de inspiración popular para representar a través del tiempo, fiel en todo lo que tiene del ambiente genuinamente serrano, de acuerdo a los usos y costumbres seculares de esta tierra; son indisoluble mezcla de lo indígena y lo hispano con todo aquello que durante tres siglos trajo la presencia de la cultura del viejo mundo y lo sembró y cultivó al amparo de un clima social lleno de misticismo y credulidad; la síntesis de lo divino y lo humano expresado en forma natural y primitiva, con figuras, cuadros, cantares entresacados del ambiente familiar y rural, desde el misterio compuesto por la Virgen, San José y el Niño Jesús, con los Reyes Magos y los animales del pesebre de Belén, sin faltarle detalles geográficos propios de nuestro medio como montañas, ríos lagunas y demás, salpicados    con chozas, pastoras y hasta animales de nuestra región.

        Los Villancicos o canciones populares de contenido religioso, que encierran en sus letras mensajes de amor y valores cristianos, como necesidad espiritual, contienen también un sentido de añoranza y al recordarlos es posible remontarse a través del tiempo a las plácidas horas infantiles. Esos villancicos tienen la marca inconfundible del Ande, al cual se han adaptado como algo propio, no solo en su conformación material sino en su profundo significado humano y mestizo, conforme a si idiosincrasia, con elementos genuinos del medio.

        Esos Villancicos y recitaciones eran acompañados con instrumentos musicales,  completando así el ambiente de perfume y dulzura que exhalan estos preciosos parajes muy parecidos a los lugares evangélicos  donde hace más de dos mil años transcurrió la vida de Jesús, con los dramáticos pasajes de la Pasión de Jesús, que concluyó en el Gólgota.  

        Las pallitas de anaco y los cholitos de llanques y calzón de chicote, con sus candorosas voces y bailes, recorrían la ciudad cantando villancicos, al son de sonajitas,  acompañados de reinas y princesas que portaban en las manos ofrendas para ofrecerle al Niño Dios.

         La Navidad en Cajamarca, tras un cansado enlace de preparativos del más variado jaez, comenzaba el l6 de diciembre en las primeras horas de la noche con “Los Aguinaldos Del Niño”, más  que  en las iglesias en  casas particulares de vieja solera pascual. 

       Luego de los rezos entraban las parejas de veladores designados desde el año anterior, quienes tenían a su cargo el arreglo del Nacimiento en el que al inicio colocaban solamente las imágenes de La Virgen y San José, brindando luego espirituosos licores nacionales y extranjeros con los invitados. Al promediar las diez de la noche, servíase el fragante chocolate, dulce, fuerte, caliente y de manos de mujer, acompañado de rosquitas de manteca, bizcochos de las Merino, bizcochuelos, panecillos de maíz, turquitas bañadas con yema de huevo y otros pasteles preparados en casa o también adquiridos en el Convento de las Madres Concepcionistas y en cuyo caso la mesa navideña lucía con extraordinaria y deliciosa variedad entre la que resaltaban las rosquitas fritas de yema, las bizcotelas, los “cigarritos” de azúcar, los postres de toronja o de limón real, los higos rellenos, carneritos de azúcar, pasteles de natilla y mucho más, para luego continuar el baile con  orquesta.

        En varias casas ya existía, en piezas armables, la estructura de madera del nacimiento o Pesebre de Belén, revestido con tela pintada ex profesamente, al cual se le iba agregando sólo cada pieza de la decoración alusiva, tanto de madera tallada, cerámica, vidrio o porcelana y un sinfín de materiales, ya sean importados o de la artesanía local, que una vez terminada la fiesta después de la “Bajada de Reyes” volvían a sus baúles, estuches o alacenas para esperar el siguiente año.

        Nueve noches consecutivas sin apelación posible, perfumadas con el incienso de oriente, duraban los aguinaldos; pero,  la noche del 24 era la de “Diacatolicón y engrudo, consondolí de yeso y priquete mangansúa” , como decían los viejos jaraneros de la Lima que se fue, pues aquí  nadie dormía en su cama ni en la ajena, sino que todos los Cajamarquinos lo pasabamos de clatro en claro recorriendo los Nacimientos, en tanto las campanas de las siete iglesias, a partir de las diez de la noche, no paraban de repicar llamando a los fieles a revivir  aquél sacrosanto nacimiento de nuestro Redentor.

                                                        Esta noche es noche buena,
                                                        noche de tanto que ver,
                                                        que las viejas y los viejos  
                                                        volverán a renacer.

        Cuando la estrella de Belén empezaba a brillar en el firmamento, toda la población  se alistaba para asistir a la “Misa del Gallo”, mientras tanto en las cocinas se preparaba el tradicional chocolate. Por esos años el pavo no era indispensable,  porque eran tiempos de abundancia, baratura y sencillez y no se hacía alarde de nada.

        El día 25 era el nuestro, de los hijos de familia de tres a nueve años, día tan esperado en el que estrenábamos, vestidos, zapatos y sombrero, para luego, acompañados de nuestros familiares o allegados, recorríamos la ciudad para ver en detalle cada uno de los Nacimientos, visitas que nos transportaba a aquellos edénicos parajes bíblicos.

       En los templos se lucían los coros de los franciscanos, de las monjas, de las  huérfanas de Belén, barrios de San Pedro, San Sebastían, el Cumbe, San José, La Merced, Dos de Mayo y otros; que en esto de entonar la voz  los cajamarquinos somos muy mentaditos desde tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo. Diversos grupos de muchachos cantores,  recorrían las comunidades portando cruces, imágenes en bulto y en lienzo, convirtiendo a los indígenas a la nueva fe y recibiendo en cada lugar visitado alguna muestra del cariño cristiano y de la generosidad familiar.

       En los templos “nacía” el Niño antes de las doce – para que los fieles tuvieran tiempo de llegar a sus hogares justamente antes de la medianoche - , novedad que se anunciaba con repique de campanas, reventazón de girándulas y avellanas. Pero en casa particulares el Niño Dios “nacía” a las doce en punto de la noche: dentro de abigarrada multitud de creyentes que llenaba el recinto aparecía una de las tres muchachas escogidas entre las más bellas, vestidas de ángeles, llevando la imagen del Niño “recién nacido” en un azafate de plata o en una canastita de mimbre, metido entre sedas, terciopelos, pétalos de rosa, claveles y violetas, colocándolo a la entrada  del portal para la adoración de pastoras y pastores, entre villancicos, recitaciones y desbordante alegría. Después venía  el esperado baile en el que se lucían las orquestas de don Julio Rojas Succhillo, Rogelio Fernández, David Marín, Vicente Rojas Pizarro y otros.

        Entre los nacimientos más famosos por la belleza de sus esculturas en madera policromada y de marfil, destacaban el de doña Helena Cépeda, más conocida como “La Mónica”, en la calle Dos de Mayo; Ernesto Uceda Gaytán, en el barrio de San Pedro; de “Las Zuritas” en San José; de “Las Montoya”, arriba del Arco; de “Ña Cargaperros” y de “Las Payancas” , en San Sebastián;  de “Las Deza” , en Belén; “Las Leandras” , en La Merced; de los Puga, en La Plaza Mayor; de Ña Melchorita Quiroz, en la calle de Las Monjas; de las “Mestritas Shocllas” , en su famoso beaterio de San Sebastían.

        A parte armábanse otros hermosos y de grandes dimensiones Nacimientos o Pesebres en las iglesias, y hasta en los hogares más sencillos del ambiente Cajamarquino se representaba el hecho cristiano, conforme a sus posibilidades, porque sin ello se consideraba que Jesús estaba ausente a pesar de ser el protagonista de la fiesta.

      “Los Aguinaldos Del Niño” terminaban la madrugada del siete de enero, luego de “La Adoración De Los Reyes Magos”  seguido de una jarana de “rompe y rasga” en donde se agotaban definitivamente las provisiones y los cuerpos de los devotos; pero durante veintidós días todos los recursos y las actividades de la ciudad convergían en dar a la celebración típicos y brillantes tintes del más genuino costumbrismo incorporados al alma peruana, precisamente en La Plaza Mayor de Cajamarca, por la que en la actualidad vemos ya no se guarda ningún respeto.

         Todas estas manifestaciones de religiosidad eran adoctrinadas por expertas mujeres de ancestral renombre navideño, entre las que destacaban: la beatita Rosario, Nieves Arbulú, Natividad Cabrera y su hija Consuelo Chávez, Aurorita Quiroz, Victoria Mejía, Sabina Ríos, Ercilia Cobián Puga, Rosa y Mercedes Arroyo; Ana María, Tula y Josefina Cobián Bueno, y  muchas otras que ya pasaron a mejor vida, pero mientras vivieron dejaron para la posteridad estos hermosos y antiguos villancicos que me fueron proporcionados con la generosidad que caracterizó a estas matronas cajamarquinas: 




Alelí y jazmines,
retamas en flor,
toma Jesusito,
en prueba de amor.
La mama Dominga,
el negrito Andrés,
me encargan niñito,
que bese tus pies.


De la  Magdalena,
subo a Llagadén,
por tras de mi niño,
que va a Tumbadén
La vaca y la mula,
al niño alentaban
y los angelitos
por doquier cantaban.


Desde Quingrayquero,
vengo manuelito,
con harina y huevos
pa’ tu cushalito.
La flor de romero,
la flor de alhelí
y el niño que juega,
con la cuculí.


Temprano cogí,
un lindo clavel,
para regalarte
mi niño Manuel.
El sol que calienta,
la luna que enfría,
la virgen que canta,
San José suspira.


Quishuar de la jalca,
maguey del camino,
la torcaza canta,
que  ha nacido Dios.
Arena del río,
piedra del molino,
los arroyos cantan,
que  ha nacido el niño.


Asesando  vengo,
desde Huacaríz,
trayendo a mi niño,
su verde payquito.
El niño dormido,
al son del tambor,
y el viento que pasa
con suave rumor.



Agua cristalina,
de  mi manantial,
traigo  a que te bañes,
niño  celestial.
Tocan las campanas
al amanecer,
que un niño en la noche,
han visto nacer.


Palma para Dios,
lliclla para María,
poncho para José,
frazadas para mi Niño.
Cantan los zorzales,
cantan los huanchacos,
cantan los jilgueros,
que ha nacido Dios.


Duerme manuelito,
entre tus pajitas,
mientras voy  zurciendo,
tus pobres ropitas.
Zorzalito de plata,
gorrión de cristal,
canten sus amores,
que ha nacido Dios.