viernes, 6 de noviembre de 2015


CAPTURA Y MUERTE DE ATAHUALPA Y EL NACIMIENTO DEL PERÚ

Escribe: Nicolás Puga Cobián.

        
Por lo general pasa desapercibida en el Perú, y, más evidentemente en Cajamarca, una de sus fechas más  importantes, precisamente esa que lo incorporó a la civilización occidental y es la génesis de  lo que hoy podemos mostrar como nación forjada a través de 583  años.

 
El arribo de Pizarro y sus huestes a Cajamarca, el 15 de noviembre de 1532, con lo que se inicia la conquista del Tahuantinsuyo, concluye al día siguiente –sábado 16 de noviembre de 1532-. Fueron 106 soldados de a pie y 62 a caballo- que partieron de San Miguel de Piura, el 24 de setiembre –de los que regresaron nueve- después de caminar 52 días por los llanos de la costa y los agrestes senderos andinos, siguiendo la ruta del “Qhapaq Ñan”, que venía desde Quito; entraron a Cajamarca por el cerro “La Shicuana”,  montaña tutelar de la ciudad, que, en lengua quechua significa: “Lugar donde se separan los caminos”  a la hora de “vísperas” -entre las tres y seis de la tarde, según se computaba el día solar-.

 
Esa misma tarde al encontrar la ciudad con su gran plaza triangular desierta y que según decir de muchos españoles, era más grande que las de España; tomaron posesión sin hallar resistencia, porque Atahualpa se encontraba en los “Baños de Pultumarca”, hoy “Baños del Inca”.               

 
Fue el cacique Carbatongo, el encargado de recibirlos y alojarlos en los galpones de piedra que rodeaban la plaza, pues la presencia de los españoles era conocida por Atahualpa, desde que pisaron tierras del imperio.

 
Es importante hacer mención que ni los caciques: Caruarayco y Otuzco, señores principales de la provincia de Chuquimango; Culquicusma, Tantaguata, Guaygus, señores de Bambamarca; Pariatongo, señor de Pumamarca; Caruacassas, señor de Chonda; Paculla, señor de Chuco; Espiler, señor de Cuismango; y Chicamiaanque, señor del pueblo de Changuco; que formaban las siete Huarangas de la comarca, figuran en ninguna escena inmediata a la conquista, por estar al lado de Huascar.         

 
Al día siguiente, sábado 16 de noviembre de 1532, en lo que dura un crepúsculo, se consumó la conquista del Tahuantinsuyo, con la captura de Atahualpa, en la plaza mayor de Cajamarca, ciudad alfa y omega de dos culturas milenarias y disímiles, marcando para siempre nuestra historia.  Por tal motivo es oportuno señalarla a fin de que despierte en los peruanos y particularmente en los cajamarquinos, interés por conocer nuestra historia, por qué  estos hechos tuvieron significación universal.

 
Pizarro, simulando cortesía,  envió a los “Baños de Pultumarca”, entre la lluvia y el granizo a Hernando de Soto, con  l5 jinetes, para que escudriñara e invitara a Atahualpa, a cenar; pero temeroso de que su  número no le impresionara, mandó 20 jinetes más al mando de su hermano Hernando Pizarro, recibiéndolos Atahualpa, con mucha cortesía, revestido con elegante manto, rodeado de su corte y de mujeres  bellas  de su gineceo; ofreciéndoles bebidas en copas de oro,  que  despertó aún más la codicia de los españoles. Cuenta la tradición de que Atahualpa,  al ver a los caballos mascar el bocado del freno, pensó  que comían metales y mandó a sus vasallos les pusieran  ladrillos de oro y plata cómo forraje.

 
De regreso a Cajamarca, dieron cuenta a Pizarro de las impresiones recogidas y del peligro que corrían metidos en el “Espina Dorsal” del imperio; preparando de inmediato la mortal celada.

 
Al día siguiente, sábado l6 de noviembre de l532, Atahualpa, inocente de la emboscada que le acechaba; venía  a Cajamarca, cargado en anda de oro por los nobles “Orejones”, acompañado por nutrida procesión de súbditos que, luciendo hermosas libreas, avanzaban cantando, bailando, barriendo el suelo y esparciendo flores por donde pasaba el inca y su séquito.
 

Al llegar a la plaza mayor se produjo la sangrienta captura de Atahualpa y la muerte de cientos de vasallos que formando  murallas humanas con sus pechos, trataban de salvar la vida de su rey y de su Dios.
 

Fue así cómo terminó el imperio del Tahuantinsuyo, para dar nacimiento a una nueva conformación geográfica, étnica, idiomática y religiosa; componentes con los que se han formado muchas naciones.

 
Lejos estamos ya en el tiempo y por lo mismo, con mejor perspectiva  para juzgar e interpretar las causas y los errores de esta acción, no en sus manifestaciones objetivas y románticas;  sino, en su contenido filosófico, humano, político, económico y social;  nos hace disentir de las dos corrientes de opinión que existen al respecto: la de los hispanófilos que añoran los tiempos virreinales y denigran de lo autóctono; y, de los indigenistas declamatorios y no menos racistas que los primeros, que reniegan y vituperan de todo lo español, que sueñan con el  Tahuantinsuyo,  para ser caciques, curacas y hasta incas. ¡Total!  un  atraso mental de centurias.

 
La verdad real, no teórica ni hipotética, reside como todo en la vida en el término medio. Los que aún no tienen sangre hispana, poseen fuerte influencia occidental; y, los que no tienen sangre india o dicen no tenerla, ninguno escapa a la fuerza telúrica del medio ambiente. Ya no caben revanchismos ni corrientes desnaturalizadas y fuera de la realidad. El destino nos unió igual que a otras naciones,  con las virtudes y defectos de ambas razas, y resultado de esto  es un mestizaje racial llamado a un gran futuro, cuando esté gobernado con decencia política y se forme conciencia del rol equilibrador que tiene que jugar en el desarrollo de los acontecimientos mundiales.