CAPTURA
Y MUERTE DE ATAHUALPA Y EL NACIMIENTO DEL PERÚ
Escribe:
Nicolás Puga Cobián.
Por
lo general pasa desapercibida en el Perú, y, más evidentemente en Cajamarca, una
de sus fechas más importantes,
precisamente esa que lo incorporó a la civilización occidental y es la génesis
de lo que hoy podemos mostrar como
nación forjada a través de 583 años.
El
arribo de Pizarro y sus huestes a Cajamarca, el 15 de noviembre de 1532, con lo
que se inicia la conquista del Tahuantinsuyo, concluye al día siguiente –sábado
16 de noviembre de 1532-. Fueron 106 soldados de a pie y 62 a caballo- que partieron
de San Miguel de Piura, el 24 de setiembre –de los que regresaron nueve- después
de caminar 52 días por los llanos de la costa y los agrestes senderos andinos,
siguiendo la ruta del “Qhapaq Ñan”, que venía desde Quito; entraron a Cajamarca
por el cerro “La Shicuana”, montaña
tutelar de la ciudad, que, en lengua quechua significa: “Lugar donde se separan
los caminos” a la hora de “vísperas” -entre
las tres y seis de la tarde, según se computaba el día solar-.
Esa
misma tarde al encontrar la ciudad con su gran plaza triangular desierta y que según
decir de muchos españoles, era más grande que las de España; tomaron posesión
sin hallar resistencia, porque Atahualpa se encontraba en los “Baños de
Pultumarca”, hoy “Baños del Inca”.
Fue
el cacique Carbatongo, el encargado de recibirlos y alojarlos en los galpones
de piedra que rodeaban la plaza, pues la presencia de los españoles era
conocida por Atahualpa, desde que pisaron tierras del imperio.
Es
importante hacer mención que ni los caciques: Caruarayco y Otuzco, señores
principales de la provincia de Chuquimango; Culquicusma, Tantaguata, Guaygus,
señores de Bambamarca; Pariatongo, señor de Pumamarca; Caruacassas, señor de
Chonda; Paculla, señor de Chuco; Espiler, señor de Cuismango; y Chicamiaanque,
señor del pueblo de Changuco; que formaban las siete Huarangas de la comarca,
figuran en ninguna escena inmediata a la conquista, por estar al lado de
Huascar.
Al
día siguiente, sábado 16 de noviembre de 1532, en lo que dura un crepúsculo, se
consumó la conquista del Tahuantinsuyo, con la captura de Atahualpa, en la
plaza mayor de Cajamarca, ciudad alfa y omega de dos culturas milenarias y disímiles,
marcando para siempre nuestra historia.
Por tal motivo es oportuno señalarla a fin de que despierte en los
peruanos y particularmente en los cajamarquinos, interés por conocer nuestra
historia, por qué estos hechos tuvieron
significación universal.
Pizarro,
simulando cortesía, envió a los “Baños
de Pultumarca”, entre la lluvia y el granizo a Hernando de Soto, con l5 jinetes, para que escudriñara e invitara a
Atahualpa, a cenar; pero temeroso de que su
número no le impresionara, mandó 20 jinetes más al mando de su hermano
Hernando Pizarro, recibiéndolos Atahualpa, con mucha cortesía, revestido con elegante
manto, rodeado de su corte y de mujeres bellas
de su gineceo; ofreciéndoles bebidas en
copas de oro, que despertó aún más la codicia de los españoles.
Cuenta la tradición de que Atahualpa, al
ver a los caballos mascar el bocado del freno, pensó que comían metales y mandó a sus vasallos les
pusieran ladrillos de oro y plata cómo
forraje.
De
regreso a Cajamarca, dieron cuenta a Pizarro de las impresiones recogidas y del
peligro que corrían metidos en el “Espina Dorsal” del imperio; preparando de
inmediato la mortal celada.
Al
día siguiente, sábado l6 de noviembre de l532, Atahualpa, inocente de la emboscada
que le acechaba; venía a Cajamarca, cargado
en anda de oro por los nobles “Orejones”, acompañado por nutrida procesión de súbditos
que, luciendo hermosas libreas, avanzaban cantando, bailando, barriendo el suelo
y esparciendo flores por donde pasaba el inca y su séquito.
Al
llegar a la plaza mayor se produjo la sangrienta captura de Atahualpa y la
muerte de cientos de vasallos que formando
murallas humanas con sus pechos, trataban de salvar la vida de su rey y
de su Dios.
Fue
así cómo terminó el imperio del Tahuantinsuyo, para dar nacimiento a una nueva
conformación geográfica, étnica, idiomática y religiosa; componentes con los
que se han formado muchas naciones.
Lejos
estamos ya en el tiempo y por lo mismo, con mejor perspectiva para juzgar e interpretar las causas y los errores
de esta acción, no en sus manifestaciones objetivas y románticas; sino, en su contenido filosófico, humano,
político, económico y social; nos hace
disentir de las dos corrientes de opinión que existen al respecto: la de los
hispanófilos que añoran los tiempos virreinales y denigran de lo autóctono; y,
de los indigenistas declamatorios y no menos racistas que los primeros, que
reniegan y vituperan de todo lo español, que sueñan con el Tahuantinsuyo, para ser caciques, curacas y hasta incas.
¡Total! un atraso mental de centurias.
La
verdad real, no teórica ni hipotética, reside como todo en la vida en el
término medio. Los que aún no tienen sangre hispana, poseen fuerte influencia
occidental; y, los que no tienen sangre india o dicen no tenerla, ninguno
escapa a la fuerza telúrica del medio ambiente. Ya no caben revanchismos ni corrientes
desnaturalizadas y fuera de la realidad. El destino nos unió igual que a otras
naciones, con las virtudes y defectos de
ambas razas, y resultado de esto es un
mestizaje racial llamado a un gran futuro, cuando esté gobernado con decencia
política y se forme conciencia del rol equilibrador que tiene que jugar en el
desarrollo de los acontecimientos mundiales.